Coworking, café, Notion y el compromiso

Publicado por Juanjo Brizuela en

No era algo que estuviera en mis planes pero tampoco puedo negar que en determinados momentos hasta sonaba bien. Mi nuevo ciclo profesional que comenzó hace ya 11 años se acomodaba entre las mesas situadas al fondo a la izquierda de cualquier biblioteca y las salas de reuniones donde trabajaba junto a mis clientes. En mi casa de aquel entonces, mi portátil, mis ideas, mis cuadernos y mis lápices cambiaban de ubicación sin destino fijo, ahora la cocina, ahora la mesa del salón, ahora el sofá, ahora el escritorio de la habitación de Lucía. Tener una oficina propia, tener mi propio despacho o tener mi estudio era algo que estaba siempre en mis «oraciones» pero no acababa de dar el paso. Como todo en esta vida, partidari=s del sí debatían con partidari=s del no, cada cual esgrimiendo sus ventajas, oportunidades, desventajas y total para qué te vas a meter en líos de mensualidades y gastos, entre otros argumentos.

Pasé los primeros momentos de dicho ciclo habitando en las bibliotecas. Sentía que eran «mi» espacio. Mi etapa joven, en tiempos del bachiller y la universidad, se fue modelando entre estanterías de las bibliotecas repletas de libros, mesas con manteles hechos de papel y cuadernos varios y horas que pasaban y pasaban, estudiando, repasando, escribiendo y leyendo cualquier obra en los momentos que decidía tomarme un descanso. En ocasiones, además, algunos bares se convertían también en ese espacio necesario para seguir con la tarea comenzada un poco antes. Incluso, un paseo hacia otro lado se veía truncado por una idea que surgía y que había que darle forma. Un bar, un café solo sin azúcar, una mesa apartada del bullicio a poder ser cerca de una ventana, portátil y que el tiempo se limitara a dejar hacer sin presión delante. Por aquella costumbre, la rutina, o ambas, me empujaron a continuar con esta manera de dedicarme a mis cosas profesionales en un espacio donde me sentía muy a gusto. Silencio absoluto, mi espacio a poder ser en la misma zona de siempre azotado por la luz natural, música en mis auriculares cuando hiciera falta y yo y mis circunstancias. La biblioteca y mi profesión se enlazaron de forma natural como si no hubiera pasado el tiempo.

Más tarde, de la mano de un cliente, colaborador y amigo al mismo tiempo, se me brindó la posibilidad de formar parte de un nuevo coworking con un acuerdo sellado entre manos, que es como llegamos a asentir nuestro compromiso: «ayúdame con algunos proyectos, aquí tienes las llaves y pensemos en cómo crecer desde aquí». Una mesa y una silla, cerca de una luminosa y amplia ventana y un lugar donde aunque no sintiera la necesidad real de acudir cada día, sí que me venía bien por varias cosas que echaba entonces en falta: una sala amplia de reuniones para trabajar con proyectos, solo o acompañado, para desparramar mis folios A3 pintados a colores y llenos de cuadros y garabatos; las conversaciones siempre enriquecedoras entre quienes estuviéramos allí en ese momento, con mis proyectos, con los suyos o con lo que pudiéramos imaginar en algún caso; un lugar de «escape» laboral en madrugones de fin de semana o domingos a la tarde que son momentos ideales para repensar y rematar ideas, en los últimos rayos de luz del fin de semana de verdad.

Han sido cuatro años fantásticos en este espacio donde comprobé de primera mano que los espacios compartidos tienen mucho más en común que unas infraestructuras comunes y más aún que la diversidad de los proyectos que puedan albergar. Al final, compartir te abre esa puerta a explorar oportunidades que de otra manera sería un tanto complicado. Es como escarbar en un yacimiento de oportunidades tapadas de algún que otro prejuicio, perezas y preguntas inocentes que se esconden. Todo eso, en un coworking, se aprende a resolver y tiene que ver no solo con el espacio, sino con esos tiempos en común que surgen porque sí, informales y no solo formales, que ayudan a generar complicidades, en una mesa con papeles, en una pizarra pintada a colores o en un simple post-it sobre su mesa con un «¿tienes un rato mañana?». Como decía el diseñador Dieter Rams, «solo a través de la colaboración y el diálogo se puede dar forma sana y sabia al mundo».

Confirmamos que la COVID-19 nos trastocaron maneras de trabajar, de manera obligada. Quedarnos en nuestras casas, buscando espacios para poder trabajar, cambiaron nuestros hábitos de trabajo y «aprendimos» más sobre el trabajo individual, sí, a trabajar «solos», y sobre el trabajo colectivo, sí, a compartir de verdad con el resto, a dejarnos de perder el tiempo en reuniones y a aprovechar los tiempos de verdad y organizarnos de otra manera. En mi caso, un nuevo proyecto me obligó a experimentar con una nueva herramienta colaborativa, absolutamente desconocida en aquel momento para mí, y a emplear de manera lo más efectiva posible la unión entre el portátil, la wifi, las llamadas de teléfono, los Meet, Zoom, Skype, Webex, Go To Meeting, Teams, Bluejeans, Vidyo, Facetime, Whatsapp y Whereby se incorporaron en la carpeta de aplicaciones a usar, haciendo de la pantalla una nueva compañera de vida.

Mi amigo y compañero Alex me abrió las puertas a Notion, «y nos dejamos de hilos de mails, ya verás, y todo estará ahí», y con él fue como iniciamos una relación de ésas que convivían al mismo tiempo que hablábamos por teléfono, o por Meet, mientras garabateábamos ideas, junto con el resto del equipo de manera inmediata, síncrona aunque nos separase la obligación de quedarnos en casa. Notion se convirtió en la gran habitación donde pasábamos el día trabajando, al menos cuando teníamos algo que compartir con el resto. Era el espacio que condensaba y situábamos las ideas desarrolladas, de manera individual primero, para compartirlas después y trabajar sobre ellas. Era, o eso me lo parece, un lienzo que va tomando forma a medida que avanzas con él. Como toda herramienta, yo estoy al menos en plena curva de aprendizaje y descubriendo virtudes y virtudes mientras sigo aprendiendo de Alex, de Máximo y de otra gente que parece que utiliza esta herramienta no solo de trabajo remoto sino también como cuaderno individual.

No estaba pensando en este post como un repositorio de mi pasado y mi presente, sino como un punto de partida para pensar qué nos deparará trabajar en el futuro. Cinco maneras de trabajar diferentes en estas tres décadas profesionales que llevo, cada una con sus aprendizajes, sus ventajas y sus puntos de mejora: oficina, biblioteca, cafeterías, coworking y espacio virtual e individual. Leí recientemente a Xavier Marcet que «Ahora ya sabemos que el teletrabajo no es la panacea, aunque tenga sonoros defensores, pero también debemos recordar que la presencialidad no es la única opción. La solución debe estar en una sabia combinación de presencialidad y virtualidad». No me inclino a apostar cuáles serán los entornos de nuestro trabajo en el futuro pero sí que de la misma manera que lo virtual nos está llevando a organizarnos de otra forma, exactamente igual que estamos reconociendo la diferencia entre el trabajo individual y el trabajo colectivo de verdad; de la manera de comprender que el hecho de juntarnos porque sí por el hecho de estar juntos no es productivo, de la misma manera que los espacios y los entornos facilitan nuestra labor creativa porque necesitamos esos momentos y espacios informales para dar rienda suelta a ideas que necesitan transformarse en realidades, digo que parece que también están cambiando estos modos de trabajar, ni a mejor ni a peor, cambiando mientras trabajamos.

Está ocurriendo en nuestras profesiones, llamadas «liberales», de trabajador=s del conocimiento, creativas o como quieras denominarlo. Pero también el mundo educativo sabe que su forma de trabajar cambia, con su alumnado, entre profesores y con colaboradores, donde el espacio y las rutinas son diferentes. Está ocurriendo en aquellas oficinas que hoy en día son espacios vacíos pero que en cambio se están transformando en «puntos de encuentro profesionales» con semejante agilidad y adaptabilidad que es para tener en cuenta. Y está pasando hasta en el ocio para aprovechar cada oportunidad, o cada momento, para ser capaces de adaptarnos a algo completamente diferente.

Trabajo en Notion (estoy bastante entusiasmado, la verdad) pero eso no quita para que siga con mi cuaderno de notas y mis lápices junto a los rotuladores de colores, el rojo para «lo que hay que hacer», el verde para «ideas a desarrollar» y el azul «para aquellos puntos a tener en cuenta». Suelo estar en casa trabajando pero sigo yendo, cuando se dan las circunstancias, a salas de reuniones de clientes, sigo acudiendo a bibliotecas y cuando lo necesito activo una videoconferencia para compartir «neuras», dudas o simplemente contrastes a algo que estoy preparando. Y si no, un café es una buena excusa para sentarte con alguien con quien quieres conversar sobre algo y «aprender de esa conversación». Quizá esta última sea la que más hemos de valorar, sabiendo que tenemos compromisos que cumplir no importa dónde ni de qué manera.

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La foto de inicio es de Pixabay, de dBreen


2 commentarios

Julen · 29/01/2021 a las 07:31

Ha cambiado el contexto y tenemos que buscar la forma en que acomodarnos en estas nuevas circunstancias. Sea Notion u otra herramienta, no hay duda de que la combinación online-presencial nos conduce a territorios de (auto)aprendizaje. Tema para un taller de REDCA, ¿verdad?

Juanjo Brizuela · 01/03/2021 a las 21:00

@Julen: jesús, que se me había pasado responderte, lo siento. El aprendizaje es importante pero creo que más allá de las herramientas hay una manera de pensar en cómo trabajar de otra manera, adaptándonos a lo que nos viene o a lo que nos gustaría que fuera, que también es una buena idea.

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