Verano’21 a las 2: creatividad, retos y terraza

Publicado por Juanjo Brizuela en

La bendición del portátil rompió por un momento el idilio con los cuadernos de papel. Me ocurrió hace un tiempo. Eso de poder llevártelo de un lado a otro era una enorme ventaja pero en cambio un incordio aceptado que te mantenía atrapado en cualquier lugar y a cualquier hora del día. Lo encendía a primera hora, como todos los días; un rato a la noche, por lo del ocio; ocupaba una de las partes más protegidas del maletero de las vacaciones y llegó a ser ese «por-si-acaso» que te acompañaba allá donde fuera. Llegó a competir en periodos veraniegos con las novelas que tenía pendientes, a esos libros en inglés que nunca tenía tiempo de ponerme con ellos y con los cuadernos que llevaba para apuntar, escribir, garabatear y dibujar.

Hace unos años decidí tener solo «EL cuaderno de las vacaciones«. Cada vez que nos íbamos a cualquier ciudad viajaba conmigo, en la bolsa de «mis cosas», coincidiendo a veces con el propio portátil. A saber qué se dirían entre ellos para ver quién captaba mi atención en destino. Uno, el portátil, y otro, el cuaderno, convivían durante unos días y después, de vuelta a casa, el portátil volvía con sus rutinas a su habitual estado de trabajo, y el cuaderno lo dejaba a buen recaudo en «la caja de mis cosas», hasta nueva orden.

Llevo ya tres cuadernos completos, con dibujos, historias, relatos, curiosidades, diarios, hojas de ruta, diálogos, versos, recetas, ocurrencias, retratos y bosquejos de ideas. Tengo hasta guardados los lápices, sí, que he usado en ellos. Lápices también exclusivos de esos recorridos, solo para esos viajes. Juntos, nuestro trío va trazando una parte personal y diría profesional, no sé si creativa pero sí necesaria. El mejor momento no es cuando te pones a ello, a lo que se tercie, que sí. El mejor momento es recuperarlo después y echar la vista atrás leyendo y revisando toda esa diversidad que mis manos y mi mente tejían en aquellos y estos días.

Este verano viajamos de nuevo juntos: el portátil, el cuaderno y el lápiz, ya de medio tamaño. Esta vez además nos acompañaba mi estuche con rotuladores de colores azul, verde, gris, negro y rojo. Para este verano 2021 me propuse un nuevo y diferente reto. El cuaderno seguiría su curso en forma de diario, no de lo que pasaba cada día sino de lo que cada día aportaba de diferente del anterior. El lápiz tenía que trazar letras, palabras, frases y párrafos. Cortos, breves. Una idea, una frase y ya. Nada más. El portátil, no. El portátil tenía que ser el soporte en el que me obligaba a un reto personal y creativo: un relato corto, de tres párrafos de no más de 6-7 líneas, que contara una historia por cada día de mis vacaciones. Me di unos días «libres» para no condicionar nada, hacerme a la idea y para «liberarme» de la obligación que llegaría unos días después. Teniendo en cuenta el día de llegada a mi ciudad, contamos 16 días de vacaciones: un relato por día, 16 relatos. Todos a primera hora de la mañana que acompañarían a mi egunon diario.

¿Por qué #dieciséis? Porque hace un año, en pleno confinamiento por la Covid-19 en nuestras casas, emprendí el reto de contar cada día de nuestras obligadas estancias en casa, de lo que sentía con todo aquello. Fueron 16, en principio, porque en teoría serían los días que estaríamos bajo el Estado de Alarma; pero, como bien sabes, fueron muchos más: 98 concretamente. Mi ejercicio llegó a 51 relatos –los puedes leer aquí–, porque era un número señalado en lo personal.

Así que este simbolismo del #dieciséis lo he retomado en este Verano’21, por lo que ayudó en aquel momento y porque, la verdad, serían más o menos los días que estaría de «asueto» con mi familia y conmigo mismo.

Aquí puedes leer #DieciséisDel21

Leí recientemente en un libro que para nuestra profesión de la publicidad-marcas-conunicación hay tres cosas muy útiles: «el interés por la lectura, la escritura y la acción». Quizá sea la principal razón que movió este reto y tiene pinta de que será una poderosa razón que permanecerá durante mucho tiempo. Me paso el día leyendo informes, poniéndome al día con referentes, el hobbie personal de la lectura toma una parte importante de las horas de mi día. Parte de mi jornada tiene a la escritura como protagonista (y no solo para mandar mails, mensajería instantánea y más) sino como el reflejo, representación y concreción de las ideas, estrategias, recomendaciones y dudas que forman parte de mi trabajo. Hasta de mis artículos en mi «otro yo», que es el deporte y los artículos de opinión y análisis de basket. Y la única manera de poder llevarlo acabo es esa: haciéndolo. Leyendo, escribiendo y «haciendo cosas». Así que siendo esta la principal acción, la consecuencia de todo ello es un aprendizaje inmenso de estos 16 días/relatos que me/nos han acompañado en estos días. Uno tras otro. Rutinario. Exigido. Necesario. Duro. Divertido. Motivante.

He aprendido que los retos están muy bien pero la clave de su éxito es llevarlos a cabo. Que exigen continuidad, rutina, tesón y cierta disciplina. Quizá no sea nada nuevo pero si nos observamos a nosotr=s mism=s es posible que muchas de esas ideas que tenemos archivadas en el baúl de nuestros «ojalá», no se han llevado a la práctica precisamente por la falta de esa continuidad, rutina, tesón y disciplina. A eso de las 7h de la mañana me levantaba cada mañana, veía el amanecer en el mar desde la terracita de la casa que nos acogió este verano y entonces comenzaba la liturgia: leer los dos relatos anteriores, pensar en la primera frase, lo suficientemente breve para ser directa, lo suficientemente abierta para que explorara campos sobre los que transcurrir el relato.

He aprendido que a medida que avanzas en un reto es cada vez más necesario tener estructuradas las ideas que van conformando la columna central y los aspectos colaterales que dan sentido a lo que vas desarrollando. He sentido esa necesidad de, vía un mapa mental, ordenar esos aspectos del relato que eran importantes: personajes, caracteres, cruces de relaciones, momentos y, por supuesto, dejar siempre disponible un espacio para las nuevas ideas que llegan, aparecen e incluso buscas para dar sentido al resto. Pensaba en la necesidad que tenemos de tener las ideas muy claras de lo que venimos haciendo para no perder perspectiva, por un lado, y ser conscientes de los pasos que vamos dando y por otro lado para que esta estructura nos sirva para la generación a su vez de nuevos nodos, de nuevas ideas, necesarias para alimentar y nutrir el proceso de trabajo que llevamos. Quizá las ideas más creativas no son aquellas que comienzan con un folio en blanco y un lápiz bien afilado, sino aquellas que surgen cuando comprendes el contexto en el que te mueves y es a partir de ahí de donde puedes explorar nuevas oportunidades y nuevos caminos.

He aprendido que en una profesión como la nuestra, donde la capacidad de «sorprender» y «diferenciar» es una condición innegociable, es necesario entender bien todos los marcos de referencia que trabajamos para poder traspasar esos límites de la sorpresa y la diferenciación. Spoiler: no lo he conseguido del todo, y de ahí el aprendizaje. En algunos casos esa sorpresa se daba, en otros querías llegar pero conforme avanzabas se alejaba, como decía Eduardo Galeano, pero meramente recorrer el camino un día tras otro merecía la pena porque al final era consciente de que siempre avanzabas. Que tampoco está nada mal.

He aprendido que para desarrollar nuestras habilidades y nuestras destrezas solo hay un único camino: proponértelo y hacerlo. Es un nimio detalle pero eso de que en vacaciones el horario matinal sea el mismo que durante el resto del año tiene una pizca de contrasentido, la «necesidad» de escribir en unos 90 minutos un relato que pudiera continuar con algún detalle tomado de los anteriores y que fuera capaz de abrir nuevas puertas es de una dureza importante (creo entender lo dura que debe ser la vida de un/a escritor/a profesional con la presión de editar una nueva obra con cierta continuidad), pero puedo asegurar que la satisfacción alrededor de las 9.00h de la mañana, de publicar mi #eeeguuunoooon particular junto al #DieciséisDel21, un día tras otro, y así durante dieciséis días, ha sido maravilloso.

A día de hoy mi cuaderno de vacaciones está guardado en su sitio. Lo he sacado en un par de ocasiones para escapadas de última hora y se ha dejado manosear y garabatear como siempre por el lápiz de turno. El espacio de los relatos sigue ahí, de vez en cuando lo visito digitalmente para ver si tiene sentido, y recuerdo cada amanecer, el sonido de las gaviotas y el calorcito de la chaqueta de chandal que combatía el frescor mañanero gallego, con suma alegría. Y sobre todo me llevo esa satisfacción de comprender de nuevo que la creatividad no es una musa que aparece siempre que lo pides sino que se convierte en una rutina y una disciplina que te hace plantearte día sí, día también, cualquier sentido que quieras dar a tus proyectos.

Por cierto, he aprendido que tengo muchísimo que mejorar, muchísimo.


El video de entrada es de La Vela Puerca, un grupo uruguayo que conocí este verano en Pragueira gracias a Gastón.


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