Incómodo e inconformidad

Publicado por Juanjo Brizuela en

A Santi Abad, ex-jugador profesional de baloncesto, la «zona de confort» es un paraje que no ha conocido. Su hobbie-profesión, el basket, le permitió recorrer ciudades, conocer personas, estar en lo más alto de muchas clasificaciones y ser indicado con el dedo del «ordeno-y-mando», como una de las promesas del baloncesto español. Ese mismo dedo se convirtió después en una especie de acusador de «chico-malo», porque su insatisfacción y sus sentimientos personales más íntimos se revolvían ante situaciones que no entendía, como persona especialmente y como jugador-profesional. Sí, Santi lloró y lloró, gritó de rabia en silencio. Asentía y bajaba la cabeza. Era capaz de levantarse cada vez que se caía, que eran muchas veces. Y su verdadera y honesta (creo) respuesta ante tantas situaciones dolorosas era seguir jugando al baloncesto. «A mí el baloncesto me arruinó la vida», ha llegado a decir. «No tenía ganas de entrenar pero seguía entrenando» es la respuesta para destapar una salida que a veces no entiende de presiones, de sentimientos negativos y de eso que llaman «puntos débiles» que parece que no deben de existir y que da vergüenza aflorarlos siquiera ser nombrados. «Tener que compaginar la tristeza con el deporte es horrible, es un esfuerzo terrible». Duro, ¿verdad? «¿Feliz? No. Cada año me exijo ser feliz por algo, pero no tengo ningún objetivo en la vida.» 

Cuando Jordi Sierra i Fabra tenía 12 años le dijo a su maestra de lengua del colegio: «¡Maestra, quiero ser escritor!» y ella le respondió en medio de toda la clase: «¿Tú, escritor, Sierra?. Mira hijo mío, mejor te buscas ya un trabajo porque eres un inútil y lo serás toda tu vida. No sueñes». Don Jordi, permitidme la licencia de colocar un Don por delante y en mayúscula, era y es tartamudo y para él escribir fue desde los 8 años «la salvación» a su tartamudez y a su vida en general «porque escribiendo no tartamudeaba». Hoy es uno de esos escritores que quizá desconozcas aunque seguramente hayas leído alguna de su multitud de obras. «Si creéis en algo, id a por ello» se acerca mucho a esa declaración de intenciones que se dice con la boca pequeña para acabar aparcando en el sitio más ancho de la calle, «pero estudia algo donde haya salida, hijo mío». (SIC)

A un equipo de profesionales de un cliente le da «pavor» pensar en sus debilidades y sobre todo le quita energía para pensar, entrando en un momento de «bloqueo mental estratégico» que se convierte en un bucle sin fin. «No estamos seguros de poder responder», «a veces, demasiadas, no comprendemos bien qué ocurre en nuestro mercado, para bien o para mal», «convencer al colectivo será un problema importante en esta situación». Son unas cuantas las mañanas que pasamos revolviéndonos en nuestras sillas escarbando en ideas y opciones de futuro y cuesta quitarse la postilla que sangra, vaya si sangra. «¿Y todo lo que dejamos de lograr por no intentarlo?», me atrevo a preguntar en una sesión de trabajo.

No quería hacer mención a la «zona de confort» porque para mí ha perdido consistencia. Me niego a pensar que como personas-ciudadanos-sociedad seamos incapaces de ponernos en el lugar del «otro» (disculpad el género), algo que se denomina empatía. Y es que cuando algo se retuerce bajo nuestro asiento en vez de mirar para otro lado y cambiar la silla de lugar para que no nos la toquen, quizá deberíamos preguntarnos por qué ha sucedido eso para que no vuelva a ocurrir. Este post ha nacido una más del deporte, recorre el ámbito de lo personal y profesional y acaba sentándose en el diván de las marcas, que no dejan de ser en definitiva personas de carne y hueso, como tú y yo; como Santi, como Jordi, o como mis colegas-clientes. Parece ser que todo aquello que huele a diverso, todo aquello que rezume aroma a incómodo o aquello que exprese sentimientos de tristeza, dureza, insatisfacción o sufrimiento no deba aflorar, se obligue a esconderse en la madriguera para nunca salir o se expulsa hacia fuera como si fuera un falso boomerang que no queremos que retorne para no perder ese control tan estable, que me río yo de estable.

Llevo unas semanas en carne viva, leyendo, escuchando y viendo historias como éstas. Ya no es un mero sentimiento emocional sino simplemente una rara mezcla entre rabia y el coraje de tener que dar un paso al frente para acabar como persona-ciudadano-profesional aceptando que eso de la zona de confort, y eso de la incomodidad por hacer aflorar aquello que suena y parece negativo, tenemos el derecho y deber de hacerlo visible y darle nuestro megáfono más potente para que se oiga, pero sobre todo para darle la mano y caminar juntos en ese barro hasta que se convierta en un camino sin miedo a recorrer la vida, porque jolines es la vida.

Mi amigo y colega Asier Gallastegi escribió un post hace unos años que se instaló como un chip de amplia capacidad en mi memoria, que se muta en absolutamente selectiva por su llamada de atención. Ya hice mención de él hace unos añitos. Retorno a aquel post de enorme riqueza interior, porque abordaba un término que me atrapó en su tela de araña: VULNERHABILIDAD. Sí, una mezcla entre la vulnerabilidad y la habilidad. Sentirnos a menudo «perdidos» pero tener la actitud adecuada para aprender más «a navegar a vela que con conocer las piezas de un motor, atentas al viento y a desplegar la tela en uno o en otro sentido». Tapamos a menudo nuestras vergüenzas, escondemos nuestras debilidades aunque nos las señalen a voz en grito desde fuera; bajamos la cabeza atenazados por la vergüenza y el miedo, que nos paraliza, a unos mismos y a quienes queremos y nos rodean cada día, como a Santi, como a Jordi, como a tant=s otr=s.

Deberíamos cambiar el «dedo acusador» por el «señuelo», ése que nos permita atraer, ponerle fuerza a las piernas para levantarse y hacer que una mezcla de confianza, calor, escucha y valor hagan que lo incómodo se transforme en algo que nos mueva, en algo que conmueva, en algo que no hay que esconder sino recogerlo para aprender desde y sobre ello. Debemos aprender a vivir con lo incómodo, a hacerlo florecer y sobre todo a que encuentre su sitio, razonable, comprensible y que seguramente nos dé más de lo que pensamos inicialmente. Jordi exclamaba en ese video que «intento que cada día sea una pequeña vida en 24 horas». Toda ella. Santi decía con claridad «no quiero ocultar más lo que me pasa. Ojalá sirva de ejemplo…». Nos queda ser valientes y sentirnos inconformistas con estas situaciones. Revolvernos. Ponerlas delante. Y darles la mano.

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La foto de inicio es de Flickr, de Anne Worner

Categorías: Reflexiones

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