Provincias

Publicado por Juanjo Brizuela en

Caemos en una localidad sin posibilidad de elegir. Caemos en este caso es sinónimo de nacer, y cuando naces bastante tienes con empezar a respirar sin saber qué es eso, simplemente para sobrevivir y vivir. Nacemos donde nuestras madres y padres quieren, o donde no les queda más remedio. No es importante a priori, porque tu vida transitará caminos que nunca sabes a qué destinos llegarán.

Soy «de provincias», como cualquiera en realidad. Decir de provincias significa sobre todo pequeñas localidades, ciudades o pueblos, quizá lejos de capitales que resuenan grandes en apariencia y a sabiendas de que ser capital es lo que es. Ser «de provincias» te sitúa frente a las grandes urbes, aquellas que tienen miles de metros cuadrados en alturas imponentes, de negocios y muchas sedes de bancos, de calles con tres carriles, asfalto que expulsa a la naturaleza, aeropuertos 24 horas, taxis, ubers y blablas, centros comerciales y listado completo de franquicias de moda, de prisas en las calles, bocinas de coches y autobuses, de líneas de metro y sprints en la calle para llegar a tiempo o escapar.

Esas ciudades son polo de atracción de talento, de chicas y chicos que queremos, queríamos, quieren ser encontrados en uno de sus sectores escogidos, repletos de oportunidades, deseosos de participar de proyectos de empresas que se escriben en mayúsculas y muchos ceros, donde piden inglés que no se habla nunca y conocimientos informáticos para hacer pépetes. Ciudades grandes, capitales que atraen como imanes y donde parece ser que a más cantidad se le supone más calidad, cuando sabemos que no es así, que hay más probabilidades pero que la calidad se dispensa cada vez más en cuenta gotas.

Recuerdo mis inicios en este oficio, va a hacer casi 30 años, cuando nos hablaban de una pequeña agencia en la ciudad de Minneapolis, Minnesota, que llamaba la atención de aquellas cuentas publicitarias de Estados Unidos, lejos del brillo de Manhattan, o del sol de Los Ángeles. Fallon disputaba el terreno de las ideas, fue nombrada agencia del año y gran parte del sector mundial se miraba ahí no solo por la calidad de su trabajo sino por qué narices hace una agencia de un sitio como Minneapolis disputando premios y campañas de éxito. A quienes éramos «de provincias», Fallon representaba un sueño no por imitación sino por complicidad con su origen.

Leía hace unos días a Alex Sanz (Alex, tenemos que quedar un día) a raíz a su vez de un post de Iván Díaz (Iván, tenemos que conocernos), sobre esa parte de la casuística de nuestros proyectos, que les llamamos humildes porque en realidad «somos de provincias», en vez de referirnos siempre a los «grandes» que también es verdad que hemos de aprender de ellos.

Le decía a Alex precisamente que la tarea en realidad es nuestra, la de quitarnos el apuro de enseñar una patita de nuestro trabajo no únicamente para prestigiarnos ni nada por el estilo, sino para demostrar que se puede tener talento, mostrar una metodología, enseñar nuestros miedos e inquietudes y las soluciones aportadas. Pero claro, somos «de provincias», como nuestros clientes y es como sacarlos a la arena del circo romano donde hay que rellenar el silencio con risas u oooohhhsss despectivos, esperando el mordisco mortal del animal sin esperar el valor de quien se enfrenta al desafío. Somos «de provincias».

Tengo a mi alrededor a personas con un talento especial, a la propia gente de Alex, en Valladolid, o a mis queridos Oscar, Fernando e Iñigo, de Herederos de Rowan, en Pasaia; o veo a mi admirada Pilar y mi oso Carlos, y su gente en Mandarina a caballo entre Ventrosa de la Sierra y Palma de Mallorca, o a la gente de Atipo en Gijón, o en mi tierra soñada de aquí cerquita a la gente de Iratzoki Studio, o al mismo Alfred (Alfred, hay que quedar) allá por el soleado y amarillento-que-sienta-bien del Levante, a mis referentes José Luis y l=s de Sensa, en Sevilla y vaya usted a saber dónde, y seguramente me deje en algún link, nota o vete-a-saber, a más gente que la sigo porque siento que son como yo «de provincias».

Fíjate si cambia el mundo que hoy nos hemos acostumbrado a esas reuniones virtuales, por Meet o similares, pero es que también se inventaron hace tiempo ya los trenes, autobuses y hasta los coches y los aviones, por si tienes que desplazarte para hablar con otra persona que tiene que contarte una situación con su marca que no sabe muy bien qué hacer, que en el fondo no es tan urgente pero sí importante y te desplazas o le invitas a pasar un par de días por aquí; y te pregunta, y le escuchas y le respondes, y propones, y te das tiempo para pensar, sales a correr, anotas en el cuaderno, en el Notion, llamas a una, a otro, consultas, mandas un mail o le llamas directamente: ¿nos vemos?. Más fácil de lo que parece. Pero «somos de provincias».

Pero resulta que sigo pensando que parece que allá donde está el barullo tiene que haber algo bueno sí o sí. Recuerdo –vaya con los recuerdos y las historias ya bastante pasadas– que una vez escuche que nos decían: «nos gusta vuestro planteamiento, está muy bien armado pero vamos a hacerlo con una agencia de Madrid que seguro lo tienen mejor» (conste que tengo mis máximos respetos a Madrid y a tantas amigas y amigos que tengo por allí y que tanto me enseñan cada vez que les llamo o les visito). No sabía qué hacer, inmóvil, mudo, anodadado. «De provincias» me dije y así seguimos.

Me preocupa tanto el futuro como el presente, pero estoy viendo a gente trabajar en un pueblo pequeño, enredándose entre la cultura de las Españas olvidadas, de esas qué digo provincias, de esos diminutos pueblos donde campa el silencio a sus anchas. Haciendo proyectos increíbles. «¿Y?», me pregunto. Veo gente en su Camper, cerca de la playa o en la base de un parque natural, como la veo en oficinas bien montadas o en grandes ciudades. Y en provincias también, como yo. Que cada uno escoge su espacio pero cuando se trata de trabajar con conocimiento e ideas te aseguro que esas están en cada cabeza y no donde estén sus pies precisamente. «Soy de provincias».

No es mi intención que sientas este post como una pataleta. Nada más lejos. Aunque sí es cierto que estoy pelín reivindicativo. Valoro las conversaciones, las orales y las escritas, mucho además. No me gusta mirar de dónde provienen sino lo que son en realidad. Y siento al mismo tiempo en la pelea diaria por hacerse convencer, por tratar de persuadir en cada proyecto, por encontrar referencias allí donde estén para inspirarte y dar con una solución que supere las expectativas, y permita hacer mejor lo que sabemos hacer bien, y lograr también inspirar al cliente a tomar una senda en su marca de nuestra mano. Esto no entiende de pueblos, ni ciudades, ni provincias ni países. Va de personas, va de inquietudes y va de puntos de vista que aportan un valor especial. Y si son «de provincias» qué queréis que os diga, pues mucho mejor.


[ La foto es de Flickr – Creative Commons, de Biblioteca Nacional de España ]


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